Octavio Orjuela tiene su finca en la vereda Río Frío desde hace algunos años, y allí su esposa, Miriam Torres, debía salir todos los días a conseguir leña, pues en esta casa no contaban con el servicio de gas natural de manera frecuente.
Para los desayunos, y únicamente para esta comida, utilizaban una pipeta de gas que compraban al mes y les había costado en la última ocasión cerca de 75.000 pesos. La usaban porque, como dice Miriam, levantarse a las 4 de la mañana a encender el fogón de leña tomaba mucho tiempo, dado que la madera se encontraba húmeda, y ella debe despachar a sus dos hijas para las escuelas.
Para el almuerzo y la comida, sí utilizaba el fogón de leña o de carbón, aunque esto tenía efectos para su salud por la inhalación de humo y otros materiales.
Sin embargo, desde finales de enero tienen gas natural, el cual proviene de lo que menos esperaban: sus vacas, que han cuidado por años. Todo gracias a un proyecto de la Alcaldía de Zipaquirá, que buscó contrarrestar los efectos del cambio climático –con la emisión de gas metano en las fincas ganaderas– y ayudar a mejorar la vida de los hogares más alejados del municipio.
Según explicó Luz Ángela González, secretaria de Desarrollo Rural y Ambiente, instalaron diez biodigestores, por un monto de 70 millones en total, en cinco veredas del municipio, y las beneficiarias fueron familias campesinas seleccionadas a través de una convocatoria pública.
Cómo opera
A esta bolsa está conectada una manguera que lleva el gas natural directamente a las cocinas de los campesinos, como ocurre en la casa de Octavio Orjuela y Miriam Torres, quienes alimentan el biodigestor con los desechos de sus 10 vacas lecheras.
Sin embargo, no todos los dispositivos están produciendo gas luego de dos meses de su instalación. Así les pasó a Julio López, de 57 años, y a Leonilde Barrera, de 53, quienes habitan la vereda San Jorge, una de las más grandes de Zipaquirá.
Ahora, la Secretaría de Desarrollo Rural evalúa el impacto del proyecto piloto para revisar si se puede desarrollar una segunda fase. Entre tanto, en las veredas, los campesinos reconocen el impacto positivo de los biodigestores.
El biodigestor con el que fueron dotadas estas diez familias es un sistema que contempla una especie de ‘bolsa gigante’, que se inserta en un hueco de cuatro metros de largo por dos de ancho y 1,20 de profundidad.
En un costado tiene una entrada, por la que se debe alimentar constantemente de estiércol de vaca o de cerdo. En la parte final tiene una pequeña salida, que da a un pozo, a donde se arroja el residuo de la biodigestión. Este líquido, conocido como biol, en realidad es una preparación rica en nutrientes para los cultivos, que luego es reutilizada por las mismas familias.
Los zipaquireños beneficiados deben montarse constantemente sobre la bolsa gigante para batirla y así facilitar la descomposición del estiércol.
A esta bolsa está conectada una manguera que lleva el gas natural directamente a las cocinas de los campesinos, como ocurre en la casa de Octavio Orjuela y Miriam Torres, quienes alimentan el biodigestor con los desechos de sus 10 vacas lecheras.
Ellos aún están alimentando sus biodigestores y mientras tanto reciben asesoría técnica para que estos comiencen a operar.
“Esto va a ser una facilidad muy grande para uno, porque nosotros tenemos que ir todos los días a la montaña a buscar leña; toca cortarla y arreglarla. Luego, si llueve o hay mucha humedad, eso produce mucho humo y le hace daño a uno”, resaltó Leonilde Barrera.
Ahora, la Secretaría de Desarrollo Rural evalúa el impacto del proyecto piloto para revisar si se puede desarrollar una segunda fase. Entre tanto, en las veredas, los campesinos reconocen el impacto positivo de los biodigestores.
El Tiempo